La concejala de Educación y Cultura del ayuntamiento de Valladolid, Irene Carvajal, nuestro protagonista, Joaquín Díaz, y el coordinador del programa Valladolid Letraherido, Pedro Ojeda, presentaron el 18 de septiembre en la Sala de Exposiciones de la Casa Revilla la muestra «Fabricantes de tonadas: constructores de instrumentos musicales en Valladolid«.
Se trata de una propuesta organizada por la Fundación Joaquín Díaz y la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid, que abrirá sus puertas con entrada gratuita hasta el 10 de noviembre (de martes a domingo y festivos de 12:00 a 14:00 y de 18:30 a 21:30 horas), con el propósito de reivindicar la obra y el legado de cientos de músicos que dedicaron su vida a la fabricación de instrumentos en Valladolid.
El recorrido reúne cincuenta piezas entre instrumentos, fotografías y objetos documentales desde 1750 y hasta 1945, con el objetivo de recuperar la memoria de aquellos músicos que desde la soledad de sus talleres o la comunidad de bandas, tunas, corales y rondallas crearon ritmos y sonidos durante casi dos siglos. Podemos ver algunas de ellas, ordenadas en función de su antigüedad, en el documento que la Fundación Joaquín Díaz ha puesto a nuestra disposición.
Del célebre Ángel Velasco, uno de los grandes dulzaineros de todos los tiempos, que con su ingenio renovó el instrumento en los tiempos de escasez de la I Guerra Mundial, al pastor trashumante de Cervillego Urbano Jiménez, que en sus largos desplazamientos fabricaba sus propios cencerros para identificar a sus animales. De Marcelino Soler, fabricante de pianos de la plaza de San Juan, que por su fama llegó a la Exposición Universal de Viena de 1873, a Fabián García Delgado, quiosquero en la plazuela de las Angustias que martirizaba a los vecinos de la calle de la Horma, a finales del XIX, con la pestilencia que desprendía al fabricar cuerdas para guitarras y violines con tripas de animales.
Durante la inauguración, Joaquín Díaz recordó sus viajes por Valladolid junto a José Delfín Val, «entrevistando a los mayores y recibiendo su sabiduría natural y su patrimonio». En sus charlas, generalmente con las mujeres de la casa, conseguían que evocaran las tonadas populares. «Era el momento mágico de la tarde. Más allá del lenguaje de las palabras estaba el lenguaje de los sonidos. Un lenguaje emocional».
Junto a un piano fabricado junto a San Benito por los Hermanos García, hay una vieja estampa de Nicolás Chapuy con la puerta que se levantó a finales del XVII para celebrar la llegada de Carlos II a la ciudad. «Se pueden ver en esa obra doce espadañas, que reflejan la importancia que tuvieron las campanas en la vida diaria de Valladolid», subrayó en la inauguración nuestro protagonista.
Tuvo Valladolid fama de ser una ciudad sucia y maloliente, del mismo modo que sus músicos fueron considerados “mala gente” desde tiempos pretéritos. Dice el refrán que Dios escribe derecho con renglones torcidos y muy probablemente los escritores que visitaron la ciudad antes del siglo XIX tuvieron la oportunidad de comprobar por sí mismos tales extremos pues mencionan ambas lacras con mucha frecuencia en sus renglones: la invención de la música puede atribuírsele a un dios, pero no siempre sus seguidores fueron de estirpe divina.
Tomé Pinheiro da Veiga, visitante de la ciudad a comienzos del siglo XVII, colocaba a los intérpretes musicales en el último escalón social, alegando que los consideraba “como la peor canalla de cuantas hay”, contando además para demostrarlo con el aval de algún que otro fraile o clérigo local, como por ejemplo su amigo Fray Próspero. La Fastiginia y el Diario Pinciano ofrecen algunos ejemplos de cómo los clérigos insultaban a los músicos y éstos se defendían lo mejor que podían, dándose a entender con todo ello que ni siempre la música era “celestial” ni sus intérpretes unos angelitos.
A los lugares en que habitualmente se podía “disfrutar” de la música (la Corte y palacios de la nobleza, los templos, los teatros y las plazas públicas), se podrían añadir los talleres en que se fabricaban o vendían instrumentos, espacios muchas veces poco o mal conocidos. Músicos cortesanos, de capilla, de escenario y populares (incluyendo entre éstos a quienes amenizaban los cafés a fines del siglo XIX) fueron los encargados, pues, de alegrar durante cientos de años la vida de ricos y pobres vallisoletanos con los sonidos, las escalas y las tonadas de sus instrumentos.
Finalmente ponemos a vuestra disposición la posibilidad de consultar y descargar el fantástico catálogo de la exposición.






